El Profeta

El profeta subía y bajaba los cerros de Valparaíso lanzando las palabras de Dios a los cuatro vientos. Ni su fe ni sus pantorrillas conocían la flaqueza.
Muchas veces me detuve a escucharlo. Generalmente su público estaba formado por algunos perros sin dueño, tres o cuatro chiquillos cimarreros, alguna gorda que recuperaba el aliento para seguir subiendo los cerros, y yo.
La voz tronante del Profeta se precipitaba como un alud incontenible calle abajo. Por supuesto, su mensaje profético no estaba dirigido a nosotros sino a la ciudad entera, al país, al planeta y a la galaxia, con todos los agujeros negros incluidos.
-Yo perdí la fe a los 35 años. Fué una experiencia terrible. Decidí recuperarla y la busqué por todas partes. Vacié los cajones, di vuelta los tarros de la basura, abrí el entretecho con un hacha, destripé los colchones y levanté las tablas del piso. Mi mujer no me comprendía y aullaba de desesperación. Me aseguraba que ella no tenía la culpa, que no le había dado mi fé al gato, confundiéndola con una tripa de pescado. Todo fué inútil: mi fe no aparecía por ninguna parte. Cuando uno la pierde tiene la impresión de que lo han desvalijado, de manera que fui a dar parte en la comisaria de su desaparición.
Finalmente un día la encontré envuelta en papel plateado al fondo del refrigerador. Así fué como recuperé la fe y la encontré en perfecto estado de conservación. A partir de ese momento, supe cual era mi misión en este mundo: dar testimonio de mi fé por los cerros del puerto, sin avergonzarme, aunque sólo tenga una cagadita envuelta en papel plateado. Hay que mostrarse como uno es. Por otra parte, la prédica itinerante reduce las grasas, baja la hipertensión, el colesterol, los triglicéridos y la hiperglicemia; aumenta los linfocitos, que se ponen gordos y lustrosos, y deja la bilirrubina como la de un recién nacido. Declarar nuestra fe públicamente detiene la caída del cabello y vigoriza la próstata. Es una lástima que la gente no se interese en poner a punto el metabolismo de la fé"
Para corroborar lo que predicaba, el Profeta nos hacía una demostración aeróbica del mantenimiento de sus músculos del alma. Con un ex campeón aficionado de los peso mosca formó la Legión de los Atletas Místicos. Duró muy poco. El peso mosca dejó la cagada: utilizó los donativos a la Legión para su provecho etílico y, finalmente, se echó a volar.
Un invierno dejó de oírse la apocalítica voz de el Profeta por los cerros. Tengo la terrible sospecha de que perdió nuevamente la fe cuando lo abandonó su mujer. En la casa de los hombres solos reina un tremendo desorden y es muy fácil dejar la fe debajo de la ropa sucia.


Jorge Díaz.

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. Ya se acabó el tiempo para mí, aprovecha la luz del sol y corre lejos de casa, todos tenemos que aprender alguna vez.. elimina los zapatos de tu vida, aprovecha las próximas caricias y los besos, huye del gentío ruidoso que trata de atraparte, combátelos y trata de conquistar Hong Kong! -

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